SACRAMENTAL

Durante el siglo XVI, a raíz de la fiebre eucaristica propiciada por Teresa Enriquez de Rivera, la ‘loca del sacramento’, todas las parroquias y conventos carmonenses fundan su propia hermandad dedicada a Jesús sacramentado, De entre ellas, la concretada por la comunidad de san Pedro inicia su andadura, según las reglas contemporáneas, en 1531 estableciéndose en una capilla dispuesta sobre los restos de la ermita de la Antigua, pretérito origen del templo. Una precaria estancia que abandona tras la compra en 1567 de otra propia.

En el siglo XVII la hermandad conoció buenos tiempos tanto en lo cultual como en lo económico. Así, en 1672 llega a concertar con Martin Rodriguez de Góngora, maestro escultor, una custodia de asiento de tres plantas y varias figuras de bulto. Esta coyuntura favorable les permite iniciar una custodia de plata realiza en 1711 y reedificada ex novo en 1750- y una suntuosa capilla que se ha de elevar en un lugar permutado por la fábrica parroquial en 1724.

Bajo trazas de Pedro de Silva, con la posible participación de Ambrosio de Figueroa y con inspiración en san Luis de los Franceses, en 1663 dan comienzo las obras que, durante más de treinta años, gestarán una de las estancias más simbólicas y suntuosas del barroco religioso hispano que ha llegado a nuestros días. Su bendición tuvo lugar el 25 de mayo de 1797.

Para cuando las desamortizaciones concluyen y las hermandades están gravemente truncadas, la sacramental aún gestiona un importante presupuesto.

Con la llegada de la reliquia de san Teodomiro a los arrabales, la hermandad se hizo abanderada de la devoción del santo patrón, llegando a disponer su imagen en procesión en 1875 a fin de propiciar la lluvia y pidiendo al consistorio la confección de sus nuevos ropajes en 1889.

A comienzos del siglo XX los enfrentamientos llegaron a tal nivel que el cardenal Almaraz tuvo que frenarlos con el nombramiento de una comisión en 1914.
Pero, a pesar de los esfuerzos, el paso de la guerra y la llegada de la autarquía suponen su plena desaparición. Hasta que, en 1958, la hermandad del Rosario y del Dulce Nombre se hace cargo de su reorganización a instancias del presbitero José Barrera.

En las dos últimas décadas la entidad se ha preocupado de devolver el explendor de tiempos pasados tanto en sus cultos como en sus bienes. Tras el incendio del templo se ha visto obligada a restaurar y limpiar la capilla, y ha compuesto su propio museo con sus suntuosos enseres.